jueves, 29 de abril de 2010

Siempre la encuentro en el mismo lugar y a la misma hora. Se sienta al borde de la cama y contempla mi sueño. Solemos conversar cuando ella necesita sacar piedras de su mochila para que el camino no sea tan pesado. Conoce mis verdades, yo conozco sus secretos. La observo y encuentro en ella todo lo que lo que fui, lo que soy y lo que seré. Me confesó que ha pasado noches eternas buscando respuestas en silencios ajenos. Que su corazón está herido y todavía no encuentra la manera de sanarlo, dice que lo lastima cada vez que olvida porque quedo así. Susurra en mis oídos, que trato de olvidarlo en abrazos ajenos, con su indiferencia y hasta con su desprecio, sin embargo, no lo ha conseguido. Veo en sus ojos, mi mirada, esa mirada que perdí y que no puedo recuperar. Descubro en ella que esta avergonzada por lo que siente porque es cautelosa en sus palabras. Sé que cuando lo confiese lo único que recibirá serán mis reproches, tratare de hacerla entender que está equivocada y que lo mejor es no decir nada. Pero sé que lo único que estoy haciendo es callarla provocando en ella más silencios, llegando a tal punto de ignorar su tristeza. Cuando se acerca suplicando que la libere, suelo no escucharla y dejo que el cansancio de la noche la consuele. Le pregunte que vio en él, nunca supo explicarlo, solo dijo que trato de salvarlo de su miseria humana, quedando atrapada en ella. En ese momento refleja un suspiro de alivio pero a la vez de resignación porque sabe que no alcanzó todo lo que hizo para que él supiera. Que no importa cuántas mentiras tuvo que creer, cuantas veces él la lastimo por su ego absurdo e inmaduro. Que no importa si trato de protegerlo de la soledad, de sus miedos e inseguridades. Su máscara se va desintegrando con el paso del tiempo, dice que está cansada de la resistencia impuesta frente a los demás y que lo único que quiere es liberar su destino. Mirándome a los ojos, siento que necesita sincerarse no solo conmigo sino con ella misma. Sus sentimientos la dominaron frente a él y sabe que no hay vuelta atrás que no puede retroceder el tiempo para evitar no quedar atrapada en su propio juego. Se queda en silencio vigilando mis gestos, su mirada ya no busca la mía. Sigo observándola, descubriendo que ya no es la misma, que perdió el brillo en sus ojos. Su único consuelo es cuando la acobijo entre mis brazos, acaricio sus cabellos y le ofrezco mi hombro para que descanse, entonces, volvemos a ser la misma persona.Con la diferencia que soy yo quien ahora contempla su sueño y está al borde de la cama.

Griselda Raffo
29-04-10